lunes, 9 de marzo de 2015

Córdoba - Chilecito - San Juan

Arrancando

Giro la llave, la luz de contacto se enciende, la miro a Ale y sé que todo está por comenzar. Tiro la palanca de arranque, acaricio el acelerador y la chispa primordial de las bujías le da vida de vuelta al motorcito con la fuerza de mil soles. Piso el embrague, busco la primera y despacito, como cada vez, la furgo se mueve para adelante sonando a latas, siempre a latas.

Atrás queda el citro gris del Santi, su mamá y la Anita, que en levísima caravana nos acompañan hasta la comuna San Roque. Un poco más atrás, antes de salir de Córdoba, queda también el Oscar, cómplice necesario de esta locura. Más temprano aún, los abrazos apretados y los ojos húmedos de nuestras familias, entre la alegría de sabernos finalmente en camino y la preocupación obvia de no saber lo que éste nos tendrá preparado.



La furgo avanza, trepa, devora el asfalto y mastica kilómetros impasible, como tantas veces que salió a la ruta, pero esta vez cargando con todo, absolutamente todo lo que consideramos ahora nuestro hogar.

Hacemos noche en Villa de Soto, cayendo en la indulgencia de una pieza de pensión, donde por fin disfruto de una noche completa de buen sueño; en las anteriores, dormir fué algo mecánico, sin descanso, con el cuerpo apagado y la cabeza girando como un trompo sin poderla parar. Los preparativos, corridas, batallas con la mecánica, despedidas, juntadas y mudanzas ya son un recuerdo; adelante sólo queda el gris oscuro del asfalto y todos los colores del amanecer en la ruta.

Salimos temprano y temprano hacemos la primera parada técnica: mates en el dique Pichanas. Saltamos los 15 kilómetros de pozos con algo de camino y llegamos a uno de los espejos de agua menos conocidos de la provincia, y tal vez por eso tan bello. Tranquilo, limpio, con un paredón de apenas el ancho de dos personas, y una considerable cantidad de pescadores locales. Veo los baldes, las carnadas, cada uno concentrado en lo suyo y con sus técnicas secretas y seguramente falibles, y pienso en la caña de pescar que me regaló el Juan Manuel y su clase teórica en el living, y que como espada samurai espera dentro de uno de los tubos de la Paca su momento de hacer estragos en las aguas. Pero hoy no toca pescar, hay que seguir viaje.











Chilecito, volver a México

La ruta pasa del verde al blanco, al ocre y al rojo profundo sin pedir permiso. El desierto sorprende, su calor asfixia, y cuando uno ya se acostumbra a la nada, explotan las retinas contra inmensos campos de olivas, parras y jóvenes nogales, aferrados con las uñas y dientes que no tienen a las canaletas que les dan vida.

Llegamos a Chilecito, a lo de Belén y Armando, que casi sin conocernos nos abren las puertas de su casa. Ella es hermana del Luis, un amigo y compañero de feria, Armando su novio mexicano. Horas y horas de charla me llevan de vuelta a México, a sus gentes, sabores y realidades, que tan cerquita siento a pesar de los años y los kilómetros. Armando, músico, con sus rastas hasta las rodillas y su barba épica, habla en ese español tan bonito, tan chingón que tanto me gusta. El tipo es un apasionado de lo que hace, y contagia las ganas de encontrar eso que nos apasione, que nos moviliza, lo que en definitiva buscamos en este viaje.





Hacemos un par de dias de feria, contentos de poder trabajar tranquilos; en la última feria en la que estuvimos de visitantes, en Villa Las Rosas, pretendían cobrarnos una fortuna ($300) por día, sin darnos más que un enchufe a la noche. En Chilecito la feria funciona bajo una carpa, con puestos enormes, con guardia para dejar el paño armado y hasta wifi gratuito por la módica y mucho más razonable cantidad de $20 diarios.


Sabíamos que Chilecito iba a ser una parada breve, las ganas de enfrentar la cordillera eran demásiado grandes. Nos hicimos una escapada hasta Sañogasta, un oasis a unos 30 kilómetros de Chilecito, pasando por la infame Cuesta de Guanchín, claro ejemplo de la obstinación del hombre por dominar la montaña. Cuestas imposibles, mil curvas, caídas criminales y la Paca rugiendo en primera, en medio de un paisaje alucinógeno, hasta llegar al verdor profundo de Sañogasta y su perturbador río que desaparece por debajo del camino y quien sabe dónde sigue su trajinar.


















Primeras Guerras Mecánicas

Llegó la hora de seguir viaje hacia el Valle de la Luna, y tuvimos que volver sobre nuestros pasos hasta Patquía, ya que la Cuesta de Miranda estaba cerrada por arreglos. Sólo habíamos hecho unos pocos kilómetros, Ale iba al volante, manejando en ruta por tercera o cuarta vez, cuando escuchamos un ruido anormal en un costado, la furgo empezó a perder fuerza y a tirar para la izquierda. Banquina, sol implacable, y primera rueda pinchada. Es así, algunos viajeros llegan a Colombia sin pinchar, nosotros no hicimos ni 700 km.

Cambiamos la rueda y seguimos los 100 km que faltaban a Patquía, preocupados un poco por no tener el auxilio en medio del desierto, y otro poco por un ruido extraño que empezó a salir del motor justo en ese momento; parecía una pérdida en el escape, pero sólo lo hacía al levantar vueltas al acelerar.

Llegamos a Patquía pasado el mediodía, y el gomero que nos habían dado como referencia en la estación de servicio de la entrada del pueblo ya estaba durmiendo la siesta. Otra pareja, en un coche mucho más moderno, esperaba a la sombra en la puerta. Una vecina nos avisó que con suerte el gomero volvía a las cuatro, así que decidimos hacer lo que el pueblo y encontramos una sombra al costado de la terminal de ómnibus para echar una siesta. No alcancé a cerrar los ojos cuando se acercó un flaco, de no más de 20 años, con un tubo con un par de pulseras de macramé a pedirnos fuego y charlar un rato. Llevaba todo un dia haciendo dedo por La Rioja y San Juan tratando de llegar al Valle de la Luna, tomando cualquier ruta menos la apropiada. Venía de San Marcos, en Córdoba, y esperaba encontrarse con su hermana y su cuñado en el Valle.

Al rato llegó la pareja de la gomería, habían encontrado otra abierta un poco más adelante y volvían a avisarnos; como agradecimiento, medio los obligamos a cargar al artesano, bolso, mochila y guitarra incluídos, ya que iban para el Valle. Nos despedimos con la promesa de encontrarnos más tarde allá, pero no nos imaginábamos que el día tenía otros planes para nosotros.

Llegamos a la gomería, y la primera mala noticia: la llanta de la rueda pinchada estaba muy picada por dentro y había perforado la cámara. Le pedí al gomero que revise la de auxilio a ver si estaba en mejores condiciones, y su veredicto fué tajante, estaba igual de oxidada por dentro. Decidimos parchar la cámara pinchada y volver a armar las dos ruedas como estaban antes.

Salimos del pueblo, todavía decididos a llegar al Valle de la Luna, y con el motor haciendo cada vez más ruido; apenas hicimos unos 50 km y en el medio de la nada misma, otra vez el ruido al costado, la pérdida de fuerza y el volante tirando para la izquierda. Banquina, sol implacable, y segunda rueda en llanta. Saco el gato, llave cruz y taco de madera, abro el capot y cuando agarro el auxilio mis dedos se hunden en el tremendo vacío de otra rueda desinflada. Creo que no me quedó pariente del gomero por insultar...

Ale decidió quedarse en la furgo, mientras yo volvía abrazado a la rueda en el auto de una familia que paró al ver nuestros gestos de pedido de ayuda y que iban para Patquía.

Entré de nuevo a la gomería, con más ganas de ver dientes en el piso que de razonar, pero el gomero ya no estaba. En su lugar había un empleado, un pibe de unos 17 años que sin mostrar la menor señal de simpatía desarmó la rueda y encontró el parche despegado.

Con la rueda reparada empezó la difícil tarea de salir del pueblo, en una ruta por la que no pasaba ni el viento. Recorrí varias veces el pueblo con la rueda a cuestas, tratando de conseguir transporte: el único remisero del pueblo pretendía cobrarme un aguinaldo, y el colectivo que iba para aquel lado salía recién en dos horas. Como último recurso, y sin demasiadas ganas, me acerqué a la comisaría, donde estaban muy ocupados viendo un partido del Barcelona en la tele. Tras arreglar una colaboración "para la nafta", logré que me acercaran hasta la furgo en una camioneta policial.

Cambié la rueda y ya estábamos en marcha otra vez, al ritmo brutal de los alaridos del motor. Saludamos al Valle desde la ruta, ya que era una locura entrar sin rueda de auxilio y sin saber qué clase de demonios se alojaban en el motor. Con poca fuerza y la noche encima, decidimos detenernos en un pequeño parador en un caserío llamado La Torre. Al otro día, con energías renovadas, partimos despacito con la intención de llegar hasta San Agustín de Valle Fértil (o Valle Fértil a secas), donde podíamos hacer base para revisar los problemas de la furgo. Pero uno propone y la mecánica dispone, llegando a Usno, a apenas 10 km de Valle Fértil, otra de las ruedas decidió rendirse. Ya harto de lo ridículo de la situación, decido sacrificarla y seguir rodando en llanta hasta el gomero del pueblo, que oportunamente estaba de vacaciones. Para colmo de males, como el motor no tenía suficiente fuerza estábamos andando en segunda y tercera, lo que hizo que consumiéramos toda la nafta del tanque; obviamente, nadie en el pueblo vendía gasolina. Otra vez abrazado a una rueda pinchada, pero esta vez con Ale y un bidón vacío, conseguimos rápidamente llegar a Valle Fértil a dedo.

El gomero nos dió malas noticias otra vez: ni la cámara ni la cubierta servían, y el único repuestero del pueblo no tenía nada en la medida del citro. Intenté sin éxito llamar a la grúa del seguro, pero no hubo forma de hacerle entender a la señorita que me atendió que era imposible darle más referencias sobre la ubicación de la furgo más que decirle que era la única citroneta verde y negra sobre la ruta en las dos cuadras de pueblo que tiene Usno.

Acá hago un paréntesis necesario. Soy parte de un club citronero en Córdoba, y particularmente de un grupo de gente que nos consideramos compañeros y que estamos siempre dispuestos a dar una mano al que la necesite, especialmente en lo relativo a la mecánica. Orgullosamente hablamos de los "citroneros de corazón", para lo que no es ni siquiera necesario tener un auto, si no ser solidario con el que lo necesita. Hay gente que puede tener una docena de autos y no importarle en lo más mínimo lo que le pase al prójimo.

El repuestero que mencioné antes tenía un citroen 3cv en la puerta de la casa de repuestos, al lado de la gigantesca toyota 4x4 en la que se movía. El auto estaba claramente abandonado, pero con las cuatro ruedas infladas. Intenté convencerlo de que me prestara una rueda para poder traer la furgo andando hasta la estación de servicio ubicada justo al frente, le ofrecí dejarle mi documento, y que Ale se quede enfrente de su local, pero no hubo forma. Con una absoluta cara de piedra me pedía mil pesos de garantía para prestarme una rueda que no salía más de 500.

Casi derrotados, decidimos probar suerte con el otro gomero del pueblo, Ricardo. Y acá empezó a cambiar el viento. Ricardo, con una cara de bueno pocas veces vista, nos recomendò buscar al "pampeano", un viejito que tenía una furgo parecida a la nuestra. Con pocas referencias y tras haber juntado fuerzas con una docena de empanadas, empecé a caminar por un barrio bastante más humilde, muy distinto al sector turístico del pueblo. El Pampeano tiene un pequeño almacén que pude ubicar gracias a sus vecinos, y a la furgoneta celeste destartalada en la cochera. Flaco, curtido por el sol y el campo, ciego de un ojo, el viejo escuchó mis problemas y me hizo pasar al fondo de su patio, donde entre gallinas, pavos, y un horno de leña todavía caliente había una media docena de cubiertas prácticamente transparentes. Su pequeño tesoro, su ahorro en caucho para cuando no se consiguen cubiertas rodado 15, que si en Córdoba son figurita difícil y cara, imagínense en Valle Fértil. En seguida separó las tres mejorcitas, y una cámara que era más parche que goma. Se disculpó por no poder prestarme su auxilio, ya que en un rato salía para el campo a buscar leña y necesitaba llevarla por cualquier cosa. Ahí entendí el estado de la cámara que me estaba dando. Agarré dos de las cubiertas y la cámara, y cuando quise pagarle no me quiso aceptar más que una suma ridícula y simbólica. Encima me dejó la tercer cubierta a mano en el jardín de su casa, por si las otras no me servían.

Volvimos con cara de juguete nuevo a lo de Ricardo, para armar una de las ruedas, buscar la furgo y volver para armar el auxilio. Con la rueda arreglada y bidón lleno en mano, empezamos a caminar para el lado de la ruta, con la intención de hacer dedo hasta Usno. No habíamos hecho más de un par de cuadras cuando veo venir un renault 12 blanco, le tiro el dedo y para mi asombro se para al lado nuestro; el mismísimo Ricardo, había cerrado su local para arrimarnos los 10 km hasta Usno.

Con la furgo de vuelta andando, llegamos a la estación de servicio de Valle Fértil para reagrupar las tropas y descansar un poco. Llevábamos dos días renegando con las ruedas y con un motor que no levantaba más de 50, por lo que la YPF, con baños limpios, ducha caliente, sombra y wifi era como el Hilton para nosotros.

Con el apoyo del equipo citronero en Córdoba, descubrimos que se había soltado una de las tuercas que agarran la tapa de cilindros al cárter del motor, por lo que no teníamos compresión de ese lado. La ajusto, salgo a probar la furgo por el pueblo y a las pocas cuadras de vuelta el ruido. Vuelta a apretar, encaramos la ruta valientemente con la idea de irnos acercando a San Juan, pero el Valle no nos quería dejar ir. Esos dos kilómetros saliendo del pueblo se convirtieron en una pesadilla, íbamos y veníamos con la furgo llorando aceite y sin poder levantar velocidad. Al tercer día, decidimos meterle una última apretada y seguir viaje como fuera posible; el envión nos duró unos 40 km, hasta la pequeña población de Astica. Quise darle otra apretada a la tuerca rebelde, sólo para encontrarme con que el problema estaba en la parte de adentro del motor, se había robado la rosca del block que sostiene el espárrago (un tornillo de dos puntas) del lado interior. Con la noche encima, y siguiendo los consejos de un camionero que estaba parado sobre la ruta esperando unos repuestos, decidimos dormir ahí, al resguardo del camión. Compartimos unos fideos banquineros con Alberto, el camionero, y nos metimos a descansar en la furgo.

Me desperté muy temprano, después de una noche de mal sueño, no podía dejar de pensar en cómo hacer los casi 200 km que faltaban a San Juan. La Paca ya no tenía resto más que para volver a Valle Fértil y la idea de desarmar medio motor en la estación de servicio no me causaba ninguna gracia. La noche anterior Alberto había dejado caer la idea de que si no podíamos seguir viaje él nos podría tirar con el camión, pero ahora no estaba muy convencido de hacerlo ya que su jefe iba a llevarle el repuesto y no iba a autorizar semejante cosa. Pasado el mediodía apareció una camioneta con el repuesto, y contento por que no había aparecido el jefe, lo ayudé a cambiarlo. Pero al rato llegó otra camioneta, con el dichoso jefe. Nos hicimos chiquitos adentro de la furgo, casi sin respirar, esperando que no se quedara a supervisar el arreglo. Afortunadamente los jefes suelen huírle a la grasa y el trabajo pesado, y éste no era la excepción. Con la camioneta alejándose para Valle Fértil y el problema del camión solucionado, atamos dos cadenas entre el acoplado y la furgo y salimos por fin rumbo a San Juan, atrás de 45 toneladas de dolomita. Alberto se jugó su trabajo para darnos una mano, y nos dejó cerca de Caucete, a dos pasos ya de San Juan. Tras otro intento fallido de usar la grúa del seguro, hicimos esos últimos 27 km chorreando aceite y con tanto humo que parecía que estábamos haciendo un asado en la furgo.



Llegamos a San Juan de capa caída, pero contentos de llegar. Nos esperaban Cristina y su familia, para hacernos sentir que un hogar puede estar en el lugar menos pensado, y donde haríamos base por unos días para seguir batallando con la mecánica hasta poder seguir viaje. A pesar de los problemas, sigo convencido de que hay gente maravillosa y desinteresada dispuesta a darnos una mano, y eso ya es más que suficiente para enfrentar lo que sea que venga con una gran sonrisa en la cara.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Buenisimo fede todo lo que estas viviendo, me encantan los relatos de las aventuras, mantenos al corriente de como continuan =) saludos y a disfrutarrrrr !!!!

LOren Zeta dijo...

Guauu que buen blogs!!! cuanta descripcion, cuantas viviencias y colores!!!

que alegria lo que estan viviendo!

todo lo mejor de lo mejor amigos!
abrazones

Anónimo dijo...

Muuuuy bueno el relato che!! Me atrapó! un abrazo! Marcos!